...Caigo en mi instinto:

...Caigo en mi instinto:
No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser, pero no puedo ver cajones y cajones pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver todavía caliente la sangre en los cajones. Gonzalo Rojas, Contra la Muerte

domingo, 15 de agosto de 2010

Transubstanciación :

Para aves no verdaderas:

Esta mañana ha caído mi cerebro desde un escupitajo de mis ojos. Ha caído como remando inocentemente por mi cara hasta caer en mis rodillas. Me di cuenta una vez dobladas y preparadas mis piernas para dar mi primer paso hacia el horizonte. Fue imprescindible parar esta larga caminata; pues mi cerebro fugitivo y yo en medio del horizonte, algo había pasado aquí que yo desconocía. Me puse a buscarlo, aunque siendo realista, jamás lo encontraría, puesto que me hallaba caminando entre las olas del mar y en medio de barcas submarinas, que no eran barcas precisamente, sino algo que jamás había visto antes, pero lo parecía.

Le pedí a las gaviotas y a otras aves, que también jamás había visto, que lo buscaran. Les describí tan precisamente mi cerebro que hubieron algunas que escaparon volando por unos peces, y otras que cayeron ahogadas en pequeñas olas de algas que se enredaban entre sus patas. Pero hubo una que sí me comprendió. Hubo una intachable que partió en busca de mi cerebro. Era una de las aves desconocidas, jamás le había visto. Tenía grandes ojos y un hueco en su cabeza del tamaño de mi mano. Caminaba al igual que yo sobre las olas, pero no volaba. Tenía un inmenso pico azul con una bolsa colgando cerca de su tráquea, sus pies eran como de terciopelo y no poseía plumas ni pelos de mamífero; era una especie totalmente irreal.

Pasaron unos segundos después de haberle ordenado y llegó sin nada entre sus manos. Comencé a temer y a pensar en qué haría sin cerebro. —¿Lograré llegar hasta el horizonte sin mi cerebro?, ¿andarán mis pies después de todo?, ¿moriré?

Me estaba sepultando entre la marea cuando la inmensa criatura abre su gran pico, y sobre la bolsa repleta de un líquido verde puse la mano y tomé dos substancias algo blandas y las saqué sin temor. Eran dos cerebros del mismo color moviéndose, no sé si de frío o de miedo. Pues no supe reconocer cuál era el mío, puesto a que nunca lo había visto. Eran tan idénticos que comencé a desesperarme. Volteé mi mirada como para ver qué tan cerca tenía al unísono de mí. Fue algo completamente apoteósico ver la inmensidad del sol en medio de mi rostro. Volaron mariposas y leones rojos saltando desde el mar. Cuando vi mis manos no había nada, vi a la inmensa criatura y en su rostro y en su silueta algo había cambiado. Aquél hueco en su cabeza se había cerrado y mis ojos y mi boca y mi piel comenzaron a cambiar mágicamente.

4 comentarios:

Ismael U. V dijo...

Hermoso texto, que gotea belleza en cada metáfora, en cada verso, asi como esos escupitajos llorados.
Muy lindo, y sensible.
felicitaciones!

Simón González Daza dijo...

Eso depende mucho de lo que pensemos sobre Muerte. Soñar puede ser Muerte, o vivir sin sentido, o fallecer. Pero sí, hay cosas que mueren; no me cabe duda.

Valla textos creativos los tuyos! condensas muchas cosas, muy bellos.

silvia zappia dijo...

Oh!qué surreal transformación!uno en el otro...espejos?

besos*

fgiucich dijo...

En la profundidad del pensamiento humano está la semilla del cambio, de la búsqueda de identidad, de volar como los pájaros o caminar sobre las olas. Un texto que congrega todos esos deseos en una metáfora estupenda. Abrazos.