...Caigo en mi instinto:

...Caigo en mi instinto:
No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser, pero no puedo ver cajones y cajones pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver todavía caliente la sangre en los cajones. Gonzalo Rojas, Contra la Muerte

domingo, 22 de febrero de 2009

Complejo de Edipo :

Segismundo Sotomayor era el adolescente de secundaria…
Segismundo siempre fue el niño mudo de la familia. Se reprimía a salir a jugar, divertirse con sus amigos. Prefería quedarse solo en casa. Su dormitorio no constaba con grandes tecnologías. Eso sí, tenía la suerte de poseer un televisor, donde sólo se podían ver apenas tres canales de la señal, el cual uno solo era de caricaturas difusas. En la familia solo era él, su madre y su padre, que apenas estaba en casa; ya que éste debía salir de trabajo de vez en cuando. La familia Sotomayor no vivía de las comodidades como en la alta sociedad, constaban de una sola pieza, la cual en ésta cabían su dormitorio, el comedor, la sala, y oportunamente la cocina. Para Segismundo siempre le había sido difícil adherirse a estas comodidades, ya que antes constaba de una inmensa casa, la cual fue asolada por un entupido incendio producido por él y su maldito mechero, el cual intentaba satisfacer su cigarrillo de moralillo. Pasaron por malos momentos de inopia. Segismundo ayudando en el negocio de huéspedes para así permanecer en la casa horrenda en la cual vivían. Hasta que su padre logró comprarla en una miseria. Aun así Segismundo odiaba el lugar. Pasó demasiado tiempo para que los Sotomayor reembolsaran el dineral –que era una desdicha- , para sentirse realmente aliviados del gran esfuerzo perpetrado por todos. Mamá estaba preocupada, siempre había sido la débil de la familia. La mamá Sotomayor sufría de ‘hipertensión’, la cual sometida a mucho esfuerzo podía desmayarse o perder el conocimiento por dondequiera. Segismundo siempre estaba al tanto de ella, que de pronto comenzó a sentir temor, de su excesiva preocupación. Aliviados por la luz de las velas, hace un tanto la madre había tenido una fuerte alta de presión, pues Segismundo para la edad que tenía sabía cuidar demasiado bien de su madre aspirada. ¿Aspirada?, sí aspirada, ya que su madre rodeaba de esfuerzo toda esa casa, que a pesar que era ermitaña, y pavorosa, el piso y las paredes brillaban como azulejos de casa rica. Pasó un buen tiempo; en que la madre de Segismundo constantemente sufriera las descomunales crisis de presión. Ya él comenzó a preocuparse, nunca había tenido tantas crisis constantemente. Él emprendió a cuidarle más a menudo, pero su madre animada seguía limpiando y lucrándole brillos a las paredes opacas por la nicotina fermentada. Una noche en una crisis más de su madre, los dos se recostaron juntos en sabanas de seda, su madre aliviada y descansada ceñía a su hijo ya pasado de adolescencia. Segismundo se sentía extraño, su madre siempre había sido su predilecta, pero le era imposible no sentir ese afecto inminente. Al otro día, ya consciente, Segismundo despertó histérico al verse recostado al lado de su madre, por quien sentía una extraña pestilencia e incontrolable… inevitable. La luz del día obligó a que sus manos rozaran la de ella, y que su boca rimbombante sedujera la cara sedosa que fragmentaba su mirar. Era ella, ella era la que había esperado con tanta afección precavida, era la que debía amar, y la que debía bloquear con su impulso de mirada categórica. Pero luego el abismo rozó su pupila y su linaje aterrizó al colchón espumoso. Ella se movía, no pidiendo abrir los ojos celestinos –iguales a los de él-, él nervioso porque su madre se diera al balance de su escueta locura. Pero ella inocente simplemente le pregunta si había disfrutado su sueño, porque ella lo había saboreado hasta en sus últimas horas de gozo. Él sin contestarle se levanta de su catre, y voltea su cara cabizbaja, dirigiéndose a la pieza adjuntada de muebles y lava platos. Su madre no lo toma en cuenta. Tomando el desayuno, él le prepara el té. A gritos le pregunta a su madre si quiere que se lo prepare, y ella le sollozó… no poseía la estupidez como defecto, y se lo preparó acurrullada.

–No, mejor tomaré café de primavera- Dijo ella, la madre. Él Enfadado le reprime…
–Estás loca, quieres que te persigan esas crisis de presión, que tan histérica te ponen-
–Es mi libre albedrío, si me muero, muerta estaré. O acaso estas enfadado porque alguna novia te patió la cara- Reprimió ésta.

Segismundo enfadado desfiló a su pocilga a contar las penas con su almohada de ácaros nicaragüenses. Ahora lo que menos quería era ver a su amada encerrada en un cajón de cera, y mucho menos quedarse huérfano y con su corazón partido de angustia y depresión. Aun Segismundo no había acatado su irrazonable pensamiento infante. Creía que su madre podía llegar a ser su galanteada prometida. Pasaron los días y Segismundo no hablaba a su madre, ni para el desayuno, ni la comida. Se eran indiferentes. Ya que su padre ni cruzaba la puerta, el trabajo en la cosecha cada vez era mas intenso. Nunca había tenido gran comunicación con él, para Segismundo casi ni existía. Las navidades eran infaustas y sebosas, sin pascuas ni nacimientos pajosos. Un día desde el agujero de su puerta de dormitorio, visualizó la silueta lánguida de su amada y madre querida. Era para él, casi perfecta, excitaba su índole prejuiciosa, sin mas trances cedió a acercarse a la puerta. Su madre tomaba café, en que el humo de agua ardiente topaba la visualización del agujero, que además estaba podrido. La misma tarde, a la hora de la once, Segismundo por primera vez, después de mucho tiempo, decidió sentarse a la mesa junto a su querida psicoprometida. El silencio no daba cabida en la mesa, olía a café, otra vez ella lo tomaba. Su madre cedió al habla.

–Quieres Galletas, están recién horneadas-
–No, gracias, prefiero arándanos con caramelo- Sigilosamente dijo él.
–Estás así por ella, cierto?- su madre replicó. La palidez de Segismundo era de notar a metros de distancia.
–A qué te refieres?- nervioso condujo, mientras el cubierto oxidado replicaba sin habla.
–Es una mujer la que te pone de esa manera, cuéntame, soy tu madre. Quién es la afortunada, quiero que la presentes, antes de que me muera-
–Es imposible!- Lo cual después de haber dicho aquello, se arrepintió con todo su ser. Le deba la impresión de que su madre intuía todo su sentimiento por ella.
–Te avergüenzo?- dijo ella. Y él enfadándose se levando odiando su plato, y tirando los cubiertos por los vidrios ostentosos. Se encerró en su pieza. Su madre quedó traumada para luego venirle su ilógica crisis, su piel comenzó a desteñirse. Pegó un grito robustamente horrible. Segismundo alertado salió de su cuarto y vió a su madre tirada en el suelo, la levantó con esfuerzo y la llevó a la cama. Lloraba como infante recién nacido, su madre dormida, y él pensando que estaba en espectro.

–Aquella soy yo, cierto?- Murmuró ella.
–Descansa amor, descansa?-
–Amor?, hijo soy tu madre, la que te vio nacer- Cadavéricamente dijo.
–Para mi, eres más que eso-
–Tú siempre serás mi bebe robusto y denodado, siempre-

Y esa fue su ultima palabra de aliento. Su madre querida había muerto. Lo raro era que Segismundo sonreía. Sus lagrimales eran de alegría pavorosa. Vivía feliz de que su madre al fin era suya, le pertenecía, podía hacer lo que quisiera con ella, seducirla, besarla, palparla; era para él un sueño el cual no quería despertar. Toda una noche estuvo palpándole sus labios en su cuerpo. Era una obsesión maternal sigilosa. Pasaron los meses y tenía su dormitorio lleno de tazas del café que le gustaba tanto a la doña. Cuando en un instante comenzó a sentir que su amada madre estaba fermentando en gusanos verdosos, se estaba descomponiendo. Era asqueroso y nauseabundo. Entró en crisis psicótico. Segismundo estaba irreconocible. Se encerró en su cuarto, como cuando su madre amada estaba viva, y comenzó a reflexionar de darle una solución a su defecto inconcebible. Pasó toda una noche en reflexión afectiva. Amaneció y tocaron la puerta de la mansión calaminaza, era el padre de Segismundo. Entró a la casa y encontró las paredes llena de silencio. Prefirió dirigirse a la habitación de su mujer amada, pero luego por instinto ventiló ir a la de Segismundo primero. La puerta estaba llena de polillas sanguinolentas, abrió, crujió, saltó de susto ruidoso. Estaba allí, demolido en su cama, con un cochillo de ratas incrustado en su estómago viril.

3 comentarios:

Nandasaurius.(: dijo...

Ah... Me gusta harto como escribes. Es una redacción tan diferente, tan inexplicable. Las ideas que expresas, a veces las paso tan desapercibidamente, y logras que las note.
Todas las frases que tienes en tu blog son todos tan diferentes a lo que estoy acostumbrada a leer, y me gustan mucho.

¡Ah! También me encanta la música que tienes. Si digo que tienes buen gusto sería quizás subjetiva, pero me encantan todos esos grupos.

Respecto a tu comentario, tienes razón. No recordaba esa película ya que la vi en el año pasado, y no alcanzé a terminarla; pero es una gran película ¡Me encarcelarán por plagio!
Demasiada influencia japonesa, quizás. Muchas historias hablan de cerezos me sobre-inspiran.
Creo que tendré que verla...
Y, muchas gracias por tu comentario. Se agradece (:

Saludos.

silvia zappia dijo...

Genial!!!!!!!!!!!!!!Realmente genial!!!!!
Y qué más puedo decirte...que tu oscuridad es...genial!

Un gran beso, y gracias por visitarme siempre!

Juana Macías Moreno dijo...

Un relato tremendo, fuerte muy fuerte, me enganchó hasta el final.

Un beso.